La tierra de Touissant Loverture, destrozada por el terremoto del 12 de enero de 2010, flagelada por una mortífera epidemia de cólera y ocupada por organismos internacionales -operan en nombre de la ayuda humanitaria-, trae a la mente una palabra: ¡Socorro!, como el título de un poema de Antón Arrufat, donde el escritor alude a la aterradora soledad y se pregunta: ¿pero ya no quedan manos en el mundo?
Para suerte de esa, la nación más pobre del Hemisferio, quedan todavía muchas manos y también voces dispuestas a movilizar las energías de un continente en aras de acabar con la “cuarentena” impuesta por los imperios desde el siglo XIX, en fragrante agravio a la dignidad, la justicia, la democracia, la soberanía y la inteligencia de un pueblo capaz de conducir la primera lucha independentista del planeta contra la expansión capitalista, según suscriben en su declaración los intelectuales y artistas de la Red en Defensa de la Humanidad, que por estos días se dieron cita en La Habana.
Entre los pensadores de izquierda asistentes al Encuentro-Taller estuvo el haitiano Camille Chalmers, activista de un impresionante movimiento popular en su país, para quien estas redes suponen la posibilidad de “crear una verdadera solidaridad: fraternal, equilibrada, como la que demuestran las brigadas médicas cubanas en mi país”.
“Construir América Latina implica integrar las diferencias y las culturas, y pasa también por darle una respuesta a la crisis haitiana. Hay que pensar en Haití. Ahora solo tenemos la respuesta de los señores imperialistas. Desafortunadamente algunos gobiernos se están aliando y predomina todavía un silencio entre las fuerzas democráticas frente al escándalo que constituye la ocupación militar extranjera.”
Chalmers es el líder de la Plataforma Haitiana para un Desarrollo Alternativo (PAPDA), una coalición de organizaciones sindicales y campesinas -eran la columna vertebral política de la resistencia rural a la dictadura de Jean Claude Duvalier- sin la cual, dice, “no hay esperanza de llevar a cabo las tareas básicas de desarrollo y creación de instituciones democráticas que el pueblo haitiano tanto necesita y merece”.
Economista de profesión, invierte su capacidad en pos de establecer un nuevo consenso de resistencia al programa de reestructuración económica que el FMI y el Banco Mundial tratan de imponer en el territorio, y que él define como un “segundo golpe de Estado”, el cual pretende expulsar a la mayoría de los haitianos de la arena política y concentrar la riqueza en un pequeño porcentaje de la población.
Entre 1993 y 1994 fungió como director personal del expresidente Jean Bertrand Aristide.
¿En qué líneas está enfrascado hoy, para desde las redes, y al frente del movimiento popular, romper las estructuras que vuelven a Haití más dependiente?
Estamos enfocados en tres temas básicos: la soberanía alimentaria, la integración económica y la democracia participativa, un trabajo global y de acompañamiento de organizaciones sociales junto con redes continentales como la Alianza Social Continental y mundiales como Jubileo Sur. Esta última trabaja en el problema de la deuda, porque pensamos que uno de los problemas de Haití es la “cuarentena” impuesta por los imperios desde el siglo XIX.
¿Se puede hablar de logros conquistados por el movimiento?
La resistencia del pueblo haitiano es un resultado que se expresa en el hecho de que nunca han podido realmente imponer un proyecto neoliberal completo. Aprovechan la crisis generada por el terremoto para transformar el país como base de servicio de trasnacionales, lo cual traería más miseria, marginación y va a producir la fragmentación de la sociedad, que ya sufre mucha atomización por esa presencia imperial. Se utiliza el pretexto de un país caótico para justificar esa intervención.
Tenemos un tejido de organizaciones campesinas muy fuerte que tuvo un punto de relanzamiento en 1986 con la lucha contra la dictadura de Duvalier. La república se sostiene gracias a su trabajo. Producen el 46% de la dieta cotidiana de los haitianos, mientras otros países del Caribe apenas superan el 20%. Pero aun cuando constituye un trabajo básico en la estructura económica, no se les reconoce a nivel de discurso dominante.
Hay un proceso de reconstitución de nuevas organizaciones campesinas que buscan otras formas de articulación en aras de un movimiento nacional que en los últimos años se ha enfocado hacia dos luchas: contra los transgénicos y contra los agrocombustibles. Hay también una batalla contra la instalación de zonas francas, las cuales involucran un 70% de mano de obra femenina, en condiciones de sobreexplotación.
El movimiento de mujeres está muy bien estructurado y ha logrado victorias no solo a nivel de sensibilización global sobre el tema de géneros, sino en la lucha contra la violación sexual. En nuestra plataforma el grupo SOFA agrupa a más de 52 mil en todo el país con clínicas que reciben a mujeres violentadas. Realizan todo un trabajo educativo. Además existe un movimiento obrero, aunque muy debilitado, por la corrupción financiada desde afuera. Y el movimiento de barrios que jugó un papel importante en los años 90. Con el regreso de Jean Bertrand Aristide fue muy manipulado y ahora se está reconstituyendo. El problema es que estos grupos sociales no tienen una representación política. La agenda de la elite permanece ajena a las preocupaciones del pueblo. Son partidos políticos que, al igual que el presidente Michel Martelly, invención mediática de EE.UU, ejecutan los planes de dominación imperial. Ninguno posee recursos, voluntad ni visión para una ruptura real.
¿Cree usted preciso otra revolución?
Por supuesto, una que rompa con ese modelo dependiente, con la exclusión. Estamos dispuestos a seguir con la vocación internacionalista de los primeros fundadores. Pero no es solo una tarea nacional.
Alude a la exclusión que sufre su país y se refiere a un discurso dominante que ignora la influencia de la cultura haitiana en el continente. ¿Cuáles serían algunos de esos aportes?
La ignorancia sobre la realidad de Haití, sobre los aportes de su revolución explica un poco esa presencia inaceptable. En las enciclopedias francesas cuando se habla de la abolición de la esclavitud, hay un silencio total sobre la ocurrida en el año 1793, solo se menciona la de 1848. También Haití fue excluida en el Congreso Anfitriónico de Panamá, bajo la presión de EE.UU. Muy pocas personas conocen que los primeros dirigentes de aquella gesta (la Revolución Haitiana) reivindicaron la continuidad de la lucha de los pueblos originarios. Por eso, Desaline (primer presidente en 1804) decidió retomar el nombre indígena de Haití rompiendo con la tradición francesa colonial. Para él la emancipación significaba un lazo de continuidad y lucha histórica entre los pueblos indígenas y los pueblos africanos. Tenía una clara conciencia de la vocación internacionalista de la Revolución Haitiana. Decidió ayudar a Miranda, a Bolívar, publicó un decreto invitando a todos los negros esclavos del mundo a venir a Haití. Unos de sus sueños era construir un ejército para liberar a los esclavos del continente africano.
En una nación devastada, donde toda necesidad de abogar por la cultura pasa primero por las premuras sociales, ¿cómo crear esos relatos, ese nuevo lenguaje que contribuya a la emancipación e integración de América Latina?
El pueblo haitiano es muy creativo. Tenemos un dinamismo cultural en diferentes manifestaciones. La poesía existe en todos sus barrios. En las casas más pobres encuentras pinturas de mucho valor artístico. Pero esa creatividad ha sido también marginalizada, excluida del ámbito global.
Rehacer Haití implica tomar en cuenta esa creatividad popular, y ponerla en el centro del proyecto nacional. Deben ser los haitianos los actores centrales del proceso.
En ese sentido, ¿cuál sería el papel de los intelectuales?
Escuchar, ayudar a recodificar, a hacer visible esa creatividad popular, conectar con el mundo y contrarrestar los discursos de imagen negativa que se están proyectando sobre Haití.
—