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LOS PARADIGMAS DE LA MILITARIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA

Haití es un caso muy importante porque es donde se está ensayando otra manera de establecer la hegemonía a través de la complicidad casi obligatoria de todos los ejércitos del continente, sin olvidar la de Francia, que asegura tener ahí un conflicto de intereses. La ocupación de Haití, así sea por los llamados cuerpos de paz, es una ocupación militar, impuesta. Todos sabemos que la figura de cuerpos de paz fue creada como parte de los mecanismos de penetración contrainsurgente de la USAID en los momentos inmediatos posteriores a la Segunda guerra mundial.


El uso de categorías y conceptos tales como imperialismo o sistema de dominación parece expresar consensos muy amplios que no necesariamente son tales. En la manera como abordamos los problemas o en el enfoque de análisis hay diferencias de matiz que pueden dar lugar tanto a interpretaciones o apreciaciones variadas sobre los desafíos de la realidad como al desentrañamiento de las estrategias de los sujetos en acción. Es importante, por ejemplo, no perder de vista los límites históricos del imperialismo, las diferencias de sustancia y alcance de los imperialismos que el mundo ha conocido y la inscripción de cada uno de ellos dentro de la lógica general de las relaciones de poder y dominación.

Como provocación yo diría que el imperialismo es una de las formas que asume la dominación, pero no es la única. Con la desaparición del imperialismo no se resuelve la dominación que abarca dimensiones tan complejas como las de las relaciones de género, de cultura, de lengua y muchas otras que significan las prácticas relacionales en los micro y macroniveles. Las lógicas del poder, que se transforman aparencialmente de acuerdo a las situaciones y circunstancias históricas, adoptan formas imperiales pero también formas consensuales para imponer sus reglas del juego. Los acuerdos aprobados en la OMC, las reglas legitimadas del FMI, las disposiciones perversas de los tratados de libre comercio e incluso las reglas de las democracias formales que padecemos son otras tantas formas de establecimiento consensual de las relaciones de dominación.

Como estudiosos de los fenómenos económicos y sociopolíticos contemporáneos, como pensadores críticos y actores políticos, estamos obligados a ser muy precisos y desentrañar la sustancia oculta de éstos sin simplificaciones abusivas que en vez de contribuir a una buena comprensión y al diseño de estrategias de lucha inteligentes, nos lleven a enfrentamientos de conjunto, incapaces de penetrar por las porosidades del poder. Si seguimos hablando hoy de imperialismo estamos obligados a caracterizarlo; a marcar sus diferencias con el imperialismo de otros tiempos y a marcar también sus propias limitaciones. Es necesario elaborar teóricamente la posibilidad de una fase del capitalismo caracterizada por la dominación sin consenso para ver si esto, que a simple vista se muestra como insensato, tiene condiciones de posibilidad. O si se trata de momentos temporalmente limitados, y muy riesgosos por cierto, dentro del capitalismo, valorar su contribución a incrementar las condiciones generales de vulnerabilidad.

Tenemos que profundizar en las diferencias de estatuto general y de contenidos específicos entre imperialismo y colonialismo. Al menos en la lucha de los pueblos americanos el problema no se terminaría aboliendo las relaciones de explotación, aunque seguramente sería un punto de partida muy atractivo, sino que tenemos que enfrentar simultáneamente problemas de clase, de discriminación racial, de género y muchos otros que tienen que ver con la difícil conformación de una socialidad impuesta, contradictoria y resistida. La colonización no se realizó en la esfera del trabajo o de la producción, aunque también, sino que sobre todo se enfocó a los cambios de mentalidad, a la extirpación cultural e histórica de los pueblos mesoamericanos, caribeños y andinos, a la conquista de las mentes.

Estoy convencida de que no podemos ser antiimperialistas sin ser anticapitalistas y anticolonialistas. Sin saber hasta dónde el antiimperialismo conduce a la construcción del otro mundo que estamos buscando. Es necesario precisar el significado del antiimperialismo y sus límites, así como el valor que tiene dentro de la lucha general contra el sistema de dominación, que es nuestra lucha. Hay que rechazar la idea de que cuestionar el uso de ciertas categorías es posmoderno, o que el uso de ellas nos ubica de un lado o de otro de la cuestión.

Los conceptos son herramientas para entender mejor la realidad y para transformarla. Los cientistas sociales no toman partido, analizan desde una posición de compromiso, eso sí. Buscan los matices, hurgan en los meandros, se sumergen en las profundidades para poner en evidencia las complejidades del sistema de poder; para encontrar nuevos caminos desentrañando la esencia del poder. La esencia de las relaciones sociales, de las relaciones entre sujetos que no están establecidos o conformados de una vez y para siempre, ni emanan naturalmente de las estructuras. Los sujetos se construyen a sí mismos en el proceso social, en la lucha, en la resistencia y a través de esa lucha es que se van modificando también las formas y modalidades de la dominación.

No sería posible explicar de otro modo la tónica militarista que invade las escenas de la “libertad de mercado” impulsadas por el neoliberalismo como mecanismo privilegiado de reordenamiento social. No hay más libre mercado, si es que lo hubo. Las normatividades que se van estableciendo universalmente por la vía de los tratados económicos y de las negociaciones en organismos internacionales como la OMC, no propician la libertad sino la imposición, pero además se acompañan, cada vez más, de medidas de control militar y militarizado ahí donde el rechazo de la población se manifiesta de forma organizada y/o masiva.

Decir que se trata de políticas imperialistas no nos aporta elementos para entender las maneras específicas en que esta militarización se despliega sobre el mundo y sobre América Latina. No permite saber la diferencia entre los procesos de militarización de los años setenta y los actuales, por ejemplo, ni encontrar el modo de desmontarlos desde su esencia.

La modalidad militarizada del capitalismo de nuestros días juega con mecanismos de involucramiento generalizado y aborda científicamente [[Así como la introducción del taylorismo y fordismo supuso un estudio cuidadoso de los procesos de trabajo y su transformación científica con base en su desagregación en tiempos y movimientos, a la vez que el ambiente y organización del trabajo era objeto de la aplicación de dinámicas de estimulación y corresponsabilidad, recientemente los estudios sobre sistemas complejos experimentan con estímulos al comportamiento de colectivos diversos y los medios de comunicación buscan las mejores alternativas para la creación de sentidos, no sólo en términos de contenidos sino de imágenes y manejo de tiempos y secuencias. Todo esto vinculado a los campos de control y contrainsurgencia directamente generados por el Comando Conjunto de Estados Unidos.]] la dimensión simbólica y de creación de sentidos que permite construir un imaginario social sustentado en la existencia de un enemigo siempre acechante y legitimar la visión guerrera de las relaciones sociales y las políticas que la acompañan (Ceceña, 2004). Esto supone que la militarización de las relaciones sociales es un fenómeno complejo que no se restringe a las situaciones de guerra abierta sino que incluye acciones de contrainsurgencia muy diversas, que comprenden ese manejo de imaginarios, todos los trabajos de inteligencia, el control de fronteras, la creación de bancos de información de datos personales, la introducción de nuevas funciones y estilos en las policías ocupadas de la seguridad interna, e incluso la modificación del estatuto de la seguridad en el conjunto de responsabilidades y derechos de los Estados.

Caracterizar el momento actual sobre la base de la militarización de las visiones y estrategias hegemónicas no descarta la identificación de la guerra, de la sustancia de la guerra, como un elemento inmanente, consustancial, a las relaciones capitalistas. Pero si bien la guerra es sólo otra forma de entender la competencia, históricamente se van modificando los énfasis o los terrenos en los cuales se desatan las estrategias de clase, en este caso de la clase dominante, y en que se configuran las diferentes modalidades o momentos en las relaciones de dominación. Hace cinco años o un poquito más nadie estaba hablando de que el militarismo fuera el elemento dominante y sin embargo estábamos en este mismo sistema. Se hablaba del neoliberalismo, del mercado, de que el eje ordenador de la sociedad eran las relaciones de mercado y que era a través de estas relaciones de mercado como se disciplinaba y como se concebía a la sociedad en su conjunto.

Hoy eso nos es insuficiente para entenderla, pero también le es insuficiente al poder para reorganizarla y controlarla; entre otras cosas por que es una sociedad que se mueve tanto, que se insubordina tanto, que no permitió que el mercado la disciplinara, obligando a usar otro tipo de herramientas. No quiere decir que el mercado desaparezca como disciplinador, quiere decir que la dimensión militar se sobrepone al mercado desplazándolo de su carácter de eje ordenador, que la visión del mundo adopta un contenido particularmente militarizado, y que es a partir de la visión militar que la totalidad no sólo se reordena sino que cobra un nuevo sentido.

La hegemonía consiste en universalizar una visión del mundo, pero la universalización se hace de muchas maneras. A través de imágenes, a través de imposiciones, de discursos, de prácticas. Por ejemplo, haciéndonos aceptar como algo natural que la presencia de Bush en Mar del Plata justifica la llegada de aviones de guerra estadounidenses cargados de armamento en suelo argentino, lo que no es normal, no es natural, no es algo que tengamos que aceptar, pero esto forma parte de las imágenes que naturalizan las relaciones de poder y sus normatividades.

Me parece que en el caso de esta militarización de los últimos tiempos la batalla más importante la están ganando los poderosos en el terreno cultural, a través de una serie de mecanismos, entre los cuales los medios de comunicación son muy importantes pero no son los únicos. Están ganando la batalla en la medida en que logran convencer de que el mundo es un lugar de competencia, de disputa, en el que tenemos que batirnos unos con otros para ocupar nuestro espacio, por lo demás, siempre incierto. Tenemos que competir entre nosotros por un empleo, por los planes de desempleo, por la seguridad social. Batirnos a muerte por ser incluidos en el reino de los explotados y precarizados, como si esa fuera nuestra utopía de mundo para el futuro.

Esa batalla cultural es una batalla por la construcción de sentido, no es de colocación de bases militares. La militarización se está metiendo en las cabezas y no solamente en las bases militares. Se está metiendo en las leyes, antiterroristas o simplemente de control de movimientos, y no solamente con la presencia de soldados, aunque también con la presencia de soldados en bases militares.

Percibo que en términos de los paradigmas de militarización para América hay una construcción de capas envolventes en las cuales se van abarcando diferentes dimensiones de establecimiento de relaciones de sometimiento. Entre esas capas envolventes se encuentran, como círculos concéntricos, los cambios de normatividad, el establecimiento de normas continentales para la seguridad interna, el cuidado de las fronteras, los ejercicios militares en tierra, los ejercicios en los ríos y canales de internación en los territorios, el establecimiento de una red continental de bases militares y los ejercicios navales que permiten circundar todo el continente, estableciendo una última frontera, más allá de las jurisdicciones nacionales.

Desde Irak hasta la Patagonia, los poderosos han puesto especial cuidado hoy en construir una legalidad que justifique sus acciones de intromisión. Ante una legitimidad fuertemente cuestionada se generalizan las leyes antiterroristas que tienden a crear, por un lado, una complicidad entre todos los Estados y por esa vía van imponiendo políticas y juridicidades supranacionales y, por el otro, una paradójica situación de estado de excepción permanente en el que todos los ciudadanos serán rigurosamente vigilados porque todos son sospechosos, aunque todavía no se sepa ni siquiera de qué. Generalmente de pretenderse sujetos. El derecho se coloca al servicio de la impunidad aunque se reivindique democrático y los cuerpos de seguridad empiezan a construir el panóptico que vigila desde todos los ángulos: con cámaras de video en los bancos, en los semáforos, en las calles transitadas; que permite la intercepción telefónica en casos que así lo ameriten; que permite la tortura cuando se trata de detenidos catalogados como terroristas sin ningún juicio previo y que admite la detención de cualquier ciudadano sin orden de aprehensión previa, simplemente para investigar. Es decir, se trata de imponer la cultura del miedo en una población que no podrá saber previamente a la detención si era sospechosa de algo, como medio para paralizar y disuadir de conductas terroristas o insurgentes. Los delincuentes comunes tienen construida toda otra red de relaciones que sólo casualmente son tratados de acuerdo a estas mismas normas.

Como parte del panóptico y nuevamente como otra de las paradojas de los discursos del poder, al lado de la pregonada libertad de tránsito para las mercancías, las inversiones y los cuerpos de seguridad, se ha ido restringiendo cada vez más el libre tránsito de personas. Los mejores y más trágicos ejemplos son las fronteras impuestas al pueblo palestino en su propia tierra y los muros de contención a migrantes desesperados en la frontera entre México y Estados Unidos y en el sur de España, no obstante, las fronteras no siempre se cierran de manera tan visible y evidente. Mucho más sutil pero quizá más peligroso por la amplitud y alcances que puede llegar a tener es el control de inteligencia que hoy utiliza los adelantos de la tecnología para aprovechar el tránsito a través de las fronteras como mecanismo de seguimiento personalizado. El panóptico se materializa en las nuevas fotografías que incluyen los pasaportes, con reconocimiento de iris o con otro tipo de identificación biogenética que inmediatamente incorporan los movimientos de la persona a un banco de datos centralizado en Estados Unidos y que está a disposición de los servicios migratorios de la región (en el caso nuestro del Continente americano) como en otro momento y con menos recursos tecnológico ya se hizo con el Plan Cóndor.

La eficacia macabra con la que el Cóndor desarticuló los movimientos sociales en los años de las dictaduras militares en América del Sur tiene hoy posibilidades multiplicadas al poder usar tecnologías que son a la vez mucho más precisas y mucho más abarcantes; sin embargo tiene en contra, evidentemente, el
aprendizaje de los pueblos y su capacidad de lucha y resistencia.
Este control de fronteras y la imposición de leyes con implicancias
supranancionales, combinado con la dilución de los límites internacionales,
convierten en una ilusión las soberanías nacionales. La pretensión de privatizar
las aduanas de México, los tratados transfronterizos para la gestión de recursos
naturales que caen bajo la jurisdicción de más de un Estado y que están
permitiendo evadir leyes nacionales, por ejemplo, son mecanismos de
conculcación de soberanía. En el caso del acuífero Guaraní, por citar un caso muy
delicado y relevante, la negociación se hace entre los cuatro países implicados y
con la intervención de Estados Unidos (en el esquema del cuatro más uno)
mediante el apoyo experto del Banco Mundial. Lo mismo ocurre con selvas,
oleoductos u otros recursos que pasan a ser tratados ya sea como novedosos y
por tanto no contemplados en las legislaciones nacionales, ya sea como
problemas de “seguridad nacional”. Y en este continente se sabe que seguridad
nacional es seguridad nacional de Estados Unidos en el territorio que no es de Estados Unidos, o no solo en territorio que es de Estados Unidos. Las fronteras,
que hasta ahora eran custodiadas por las fuerzas garantes de la seguridad
interna en la vieja asepción, hoy se han convertido en zonas de seguridad
estratégica custodiadas cada vez más por los cuerpos de seguridad del gendarme
mundial.

En diversos casos los ríos o lagos son los que marcan las fronteras. Pues bien,
estos son justamente los espacios privilegiados de localización de los ejercicios
militares conjuntos (con Estados Unidos, se entiende) actualmente. Los ríos son
un canal de penetración muy distinto al que se estaba utilizando cuando se
hacían los ejercicios directamente en tierra y permiten además no sólo la
utilización de fuerzas amfibias sino la definición de actividades tanto en agua
como en tierra, matando dos pájaros de un tiro. En esta situación se encuentra
la zona del río Paraná. Curiosamente, cuando se trata de ejercicios ribereños, es
más fácil evadir la aprobación de los Congresos de los países limítrofes porque el
río aparece como territorio relativamente neutro. Es como si se estuviera ante
una legislación ausente o vacía ya que se refiere a un territorio fluido y no fijo.

Una de las capas envolventes más importantes por su capacidad de influir en los
modos de uso de los territorios y en los modos de control de los sujetos críticos
consiste en la colocación de bases militares de Estados Unidos en puntos
seleccionados del continente con dos propósitos explícitos y evidentes: garantizar
el acceso a los recursos naturales estratégicos y contener, disuadir y/o eliminar
la resistencia ante las políticas hegemónicas y la insurgencia abierta.

Actualmente Estados Unidos cuenta con un sistema de bases que ha logrado
establecer dos áreas de control: 1. el círculo formado por las islas del Caribe, el Golfo de México y Centroamérica, que cubre los yacimientos petroleros más importantes de América Latina y que se forma con las bases de Guantánamo,
Reina Beatriz, Hato Rey, Lampira, Roosevelt, Palmerola, Soto Cano, Comalapa y
otros tantos puestos militares de menor importancia; 2. el círculo que rodea la
cuenca amazónica bajando desde Panamá, en el que el canal, las riquezas de la
región y la posición de entrada a América del Sur han sido esenciales, y que se
forma con las bases de Manta, Larandia, Tres Esquinas, Caño Limón, Marandúa,
Riohacha, Iquitos, Pucallpa, Yurimaguas y Chiclayo, que a su vez enlazan con las
de la zona más al norte.

Las posiciones llegan hasta Bolivia y se han hecho intentos por colocarlas en
Brasil y la punta de Argentina. Recientemente, el convenio de inmunidad para las
tropas de Estados Unidos en sus acciones en Paraguay completa la cobertura
permitiendo extender hasta el sur lo que hasta hace poco sólo abarcaba hasta la
cuenca amazónica.

Algo que podría ser concebido como la última frontera o la capa envolvente más
externa, está conformada por los ejercicios militares en los océanos Pacífico y
Atlántico y en el Mar Caribe: en todo lo que circunda a América Latina. Hasta
ahora la percepción que se tenía era la de ejercicios circunstanciales y
esporádicos y en parte por esa razón no se les ha concedido demasiada
importancia. Mucho menos se les ha considerado parte de la estrategia
continental de control. Sin embargo, de acuerdo con nuestras investigaciones,
por lo menos en los últimos cinco años se trata de ejercicios sistemáticos, que
permiten realizar un patrullaje constante alrededor de América Latina y
mantener ahí una presencia más o menos permanente. Son ejercicios que tienen
un carácter secuencial, evolutivo, y que marcan en verdad un circuito de frontera
que, por ser externa a las aguas territoriales de los países correspondientes,
queda a cargo, nuevamente, del gendarme mundial.

Ahora bien, estas capas envolventes, que atañen a América Latina en su
conjunto, van a estar focalizadas en tres áreas distintas en las que parecen
atender a tres estrategias diferenciadas. Esas tres subregiones se caracterizan
también por tres paradigmas distintos de dominación y sus diferencias
geopolíticas son muy claras. En los tres casos, por diferentes razones, se trata de
puntos estratégicos tanto por los recursos que albergan como por su posición
geográfica específica.

La primera región es la constituida por Colombia y su área circundante. Yo
destacaría dos elementos en este caso, relacionados con la estrategia
contrainsurgente y de ocupación militar: 1. el experimento de la polarización
para valorar hasta dónde es posible dominar, controlar e incluso hegemonizar a
través de un esquema de polarización exacerbada, y 2. hasta dónde es posible, a
partir de asentamientos o de construcciones sociales como la colombiana, el
control de la que Estados Unidos considera la mayor amenaza hoy en el
continente, que es Venezuela, evaluando el carácter de las tensiones fronterizas
que se desarrollan y la capacidad de control de la insurgencia venezolana desde
Colombia.

La segunda subregión es la del Caribe y la cuenca del Golfo de México, extendida
hasta Venezuela. El enclave paradigmático en este momento se localiza en el
caso de Haití, aunque, evidentemente, con fuertes implicaciones para Cuba. Haití es un caso muy importante porque es donde se está ensayando otra manera de establecer la hegemonía a través de la complicidad casi obligatoria de todos los ejércitos del continente, sin olvidar la de Francia, que asegura tener ahí un conflicto de intereses. La ocupación de Haití, así sea por los llamados cuerpos de paz, es una ocupación militar, impuesta. Todos sabemos que la figura de cuerpos de paz fue creada como parte de los mecanismos de penetración contrainsurgente de la USAID en los momentos inmediatos posteriores a la Segunda guerra mundial. Aunque ahora esta figura esté sancionada por la ONU, la conformación latinoamericana de los ocupantes de Haití está involucrando una estrategia que hasta ahora no había tenido éxito, y es que los países de América Latina todavía no acaban de aceptar en el Consejo Hemisférico la construcción de la fuerza militar hemisférica, como fuerza multinacional, porque saben el riesgo que tiene en términos de pérdida de soberanía, y sin embargo ya les es impuesta a través de su participación en Haití; son Brasil, Argentina, Uruguay y Chile los que están a cargo del disciplinamiento y la represión al pueblo haitiano, de la destrucción de la organización política del pueblo haitiano en razón de su supuesta incapacidad para autogobernarse.

Los brasileños, que encabezan las fuerzas de ocupación, justifican su presencia y su actuación asegurando que están ahí para garantizar la seguridad del pueblo haitiano; pero ellos son los que están matando al pueblo haitiano, acompañados de militares chilenos como el General Aldunate, en calidad de segundo responsable de la MINUSTAH, señalado por haber pertenecido a la policía militar, la DINA, en la época de la dictadura de Augusto Pinochet.

El otro eje del paradigma, el otro ensayo de estrategia, es el caso de Paraguay. Es un caso urgente dado que el país completo ha sido convertido en base militar,
con implicaciones regionales de primera importancia. Por las características del
convenio firmado, que ya está en práctica, se puede inferir la reactivación, sobre
bases mucho más modernas, del siniestro Plan Cóndor. Simultáneamente,
Paraguay es el corazón de una subregión que si bien ha sido escenario de acción
de dictaduras militares que se significaron por su creatividad perversa en todo
tipo de torturas y por ser máquinas implacables de desaparición y muerte, hasta
ahora no tenía bases militares directamente de Estados Unidos. Los ejercicios
conjuntos en Paraguay han sido sistemáticos pero el carácter de la ocupación
militar actual no tiene precedente.

Esta subregión concentra una enorme porción del agua dulce del planeta en sus
abundantes ríos y lagos, en los acuíferos subterráneos y en los glaciares del sur,
además de minerales y otros recursos valiosos como petróleo y gas,
particularmente en Argentina y Bolivia. Es en este sentido de una importancia
indudable. El convenio con Paraguay, la insistencia en que la triple frontera
(Paraguay, Argentina y Brasil) es lugar de refugio de terroristas, y la visita de
Bush a Mar del Plata han acelerado la aprobación de leyes antiterroristas en los
países sureños tan ambiguas como permisivas, casi cheques en blanco.
Y bien, volviendo a lo mencionado en un inicio, estamos en territorios en disputa.
Los pueblos latinoamericanos están movilizados una vez más para defender la
vida. Si algo se ha demostrado en los últimos diez años es que su acción ha
detenido por lo menos una parte de lo que implicaba esta estrategia, diseñada
por cierto antes del 11 de setiembre de 2001. Se ha detenido la instalación de
algunas bases militares, se ha impedido la realización de algunos ejercicios; se
ha parado la desapropiación de tierras, el envenenamiento de los ríos, la
construcción de represas que dañan el medio ambiente y las posibilidades y
modos de vida de los pueblos y comunidades.

Como pensadores críticos, como cientistas sociales, tenemos la responsabilidad
de hacer un buen análisis de estos procesos para aportar elementos precisos y
claros sobre su esencia, su dinámica y sus tendencias; sobre sus límites y la
capacidad de los pueblos movilizados para detenerlos y cambiar el rumbo de la
historia, pero también de movilizarnos con los pueblos en contra de estas
tendencias y contribuir a crear una sociedad más parecida a lo que tenemos en
nuestros sueños.

Transcripción editada de la ponencia oral en el seminario “Rosa Luxemburgo, pensamiento y acción por el socialismo.
América Latina en el siglo XXI”

Publicado en: Pensamiento y Acción por el Socialismo. Rosa Luxemburgo.
América Latina en el Siglo XXI 2006 (Buenos Aires: FISYP y FRL)

ANA ESTHER CECEÑA

Investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas en la Universidad Nacional Autónoma de México; Coordinadora del Grupo de Trabajo Hegemonías y emancipaciones del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

Bibliografía

Ceceña, Ana Esther 2004 “Estrategias de construcción de una hegemonía sin límites” en Ceceña, Ana Esther (comp) Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI (Buenos
Aires: CLACSO).