El 12 de octubre de 2005 encierra una profunda significación para toda América Latina y el Caribe, tanto porque recordamos el dolor de la conquista y colonialismo europeo, como porque vuelven a nuestra memoria las miles de luchas y resistencias que hemos librado por nuestra emancipación y liberación por más de cinco siglos. Coincidiendo con esta fecha hacemos público nuestro Manifiesto contra la exclusión social que se profundiza cada vez más en todo el continente americano y en el Caribe, como consecuencia directa de la política global neoliberal.
Nos dirigimos a todos y todas en nombre del Grito de los Excluidos Continental, que es una gran manifestación popular que cada 7 de septiembre (en Brasil) y cada 12 de octubre en el resto de América, desde hace once años, moviliza a millones de personas bajo el lema « Por Trabajo, Justicia y Vida ». Somos de diferentes países, sectores sociales de base y tendencias de pensamiento, unidos para hacer escuchar nuestras voces de indignación y de esperanza, considerando que es hora de realizar acciones enérgicas para revertir la situación vergonzosa de miseria y exclusión a que está sometida la mayoría de la humanidad. Por ello, hacemos un llamado urgente para construir alternativas desde la práctica de una democracia radical, inclusiva y participativa y protagónica de los pueblos, que permita así superar la exclusión.
QUIÉNES SOMOS Y QUÉ DECIMOS
La concentración de riquezas tiene como consecuencia obligatoria la creación de excluidos y excluidas. El hambre padecida por millares de personas es una de las formas más insultantes que asume la exclusión. Esta realidad paradójica nos muestra el rostro de las muy pocas personas que viven en la opulencia contrastados con los millones de rostros que se debaten entre el hambre y la mendicidad. Los tres hombres más ricos del mundo, poseen una riqueza superior al Producto Nacional Bruto de los 48 países más empobrecidos del planeta, en los cuales viven 600 millones de personas.
Según las estadísticas oficiales del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la América Latina tiene las peores desigualdades en el mundo: 10 por ciento de las clases más ricas tienen ingresos 84 veces superiores al 20 por ciento de los más pobres. Ochenta y cinco por ciento de los niños latinoamericanos viven en la pobreza, 33 por ciento sufren de malnutrición. En América Central el hambre crónica acecha la tierra: entre 1992 y 2002 el porcentaje de gente hambrienta ha aumentado un 33 por ciento, de 5 millones a 6.4 millones (los « acuerdos de paz » de Estados Unidos han agregado 1,4 millones de hambrientos), y muchos países de esta región tienen a más del 75% de su población en estado de pobreza extrema. En Argentina, que produce suficiente carne y trigo para alimentar a 350 millones de personas, casi 8 millones (más del 20% de su población) son indigentes y sufren de malnutrición. En México, cerca del 60% de la población vive en la pobreza; los trabajadores y trabajadoras mexicanos han experimentado la mayor decadencia en los salarios mínimos en América Latina. En Brasil, 52 millones de personas viven con menos de 2 dólares al día. Y estos son solo algunos ejemplos.
Los millones de campesinos del mundo sin acceso a la tierra productiva, los millones de hombres y mujeres sin empleo o en empleos precarios, las mujeres que padecen profundas desigualdades e injusticias en todo el planeta -pero especialmente en los países excluidos y empobrecidos-, los más de 200 millones de migrantes que sufren la negación de todos sus derechos fundamentales, los pueblos indígenas expoliados y masacrados durante siglos, las minorías étnicas, religiosas, sexuales que son violentadas cotidianamente, los millones de jóvenes que no encuentran empleo ni tienen acceso a la educación, quedando expuestos a la violencia y las drogas… todos y todas nos muestran los rostros múltiples que adopta la exclusión. Pero éstos, a su vez, son los rostros de la lucha y la resistencia social.
La exclusión social es ante todo una relación: no podemos entender al excluido sin aquél que lo excluye, la miseria absoluta sin la opulencia vergonzosa, la existencia de las barriadas miserables sin preguntarnos sobre el origen de los guetos de multimillonarios y las élites económicas de negocios. La exclusión se produce como una necesidad del sistema para auto-perpetuarse, aunque con ello se condene a miles de millones de seres humanos a una existencia fantasma, sin horizontes de vida, sin esperanzas, sin más objetivo que malvivir una vida que acabará pronto y caerá en el olvido sin dejar una huella. Y ante esta realidad: ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué podemos hacer?
ANTE EL PODER DEL CAPITAL SE EXTIENDEN LA LUCHA Y LA ESPERANZA
A pesar de la brutalidad de la exclusión por toda América Latina -y en otras regiones del globo-, ante el poder del capital se extienden la lucha y la esperanza. En respuesta ante el poder de la opresión, los excluidos se han rebelado contra la violación de los derechos económicos, sociales, culturales y humanos; contra la corrupción, por la defensa de los recursos naturales y la ampliación de la democracia; han derrocado presidentes, creado movimientos autónomos, liberado territorios y tomado el manejo de las fábricas. El grito de los excluidos, gracias a su lucha, ha pasado de sufriente a combativo, de un grito liberador en la construcción de movimientos sociales y políticos alternativos.
La oposición al neoliberalismo se ha expresado de un modo masivo y contundente, tanto en el norte como en el sur del planeta, como herencia de la resistencia indígena, campesina y popular durante los últimos siglos y de procesos revolucionarios que conmocionaron nuestra realidad continental, especialmente la Revolución Cubana que todavía hoy resiste de forma heroica. En época más reciente, desde que los indígenas de Chiapas lanzaran un grito de ¡YA BASTA! el 1º de enero de 1994 (el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos, Canadá y México), las luchas se multiplicaron y se extendieron por el mundo entero. Junto a estas acciones, se han impulsado varias campañas internacionales como el Grito do Excluídos/as, la Marcha Mundial de Mujeres, la de los campesinos por la Reforma Agraria, las movilizaciones contra la deuda externa o las privatizaciones, la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional, la lucha contra el ALCA, la Marcha de los Inmigrantes Indocumentados, la multitudinaria oposición mundial a la guerra imperialista en Irak, para mencionar solo algunas. También se han constituido espacios permanentes para compartir y reflexionar sobre la acción como el Foro Social Mundial y los regionales y temáticos derivados del mismo.
Mientras toda esta gama de luchas, resistencias y articulaciones ponen en evidencia que, a pesar de que los gobiernos de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial, FMI) y la Organización Mundial del Comercio, con la complicidad de las oligarquías de muchos de nuestros países, sustentan la opinión de que la globalización es el único modo para organizar la economía mundial y de que una mayor acumulación del capital reducirá la pobreza, la resistencia popular al modelo no solo no se ha detenido sino que se expresa de muchas formas creativas y ha crecido la capacidad de coordinación a nivel global. Pero, hoy día sabemos que no es con más mercado y con menos Estado, ni con más apertura y garantías para los capitales, que se resolverán los graves problemas que sufre la mayor parte de la humanidad al comenzar el nuevo milenio. No es que la economía deba crecer para que entonces se pueda distribuir la riqueza: debemos distribuir la riqueza para que todos puedan crecer y la sociedad comience a ser verdaderamente incluyente. Esta certeza la comparten muchos movimientos, redes y organizaciones del mundo entero, las cuales con su trabajo hacen crecer la conciencia planetaria sobre la necesidad de un cambio de rumbo radical.
Concientes que hemos avanzado mucho en la última década, en términos de construir las bases de un gran movimiento popular y social global, falta muchísimo por hacer. Por un lado, todavía millones de seres humanos se encuentran apáticos, sin integrarse en las luchas sociales, creyendo que su exclusión es natural y que no hay nada que hacer. Por otro, unos pocos millones de personas en los países capitalistas centrales, siguen creyendo que su riqueza y prosperidad se debe a su superioridad genética o cultural.
Necesitamos por lo tanto, radicalizar nuestra opción por los excluidos y excluidas, construir una utopía y un sujeto social (o diversos sujetos sociales) capaz de portarla, de transformar la desesperanza en capacidad de movilización, acción y organización. Muchas de las formas de organización tradicionales han perdido legitimidad o eficacia para lograr este objetivo, por lo cual estamos llamados a reinventar formas de organización colectiva y de representación democrática, que amplíen la democracia y el protagonismo de los pueblos desde la economía, la política y las formas de organización social, que nos permitan transformar el estado de cosas actual.
APUNTES PARA CONSTRUIR NUESTRA UTOPIA
Ante todo, cuando hablamos de utopía no estamos hablando de una mera idealización acerca de la realidad social. Estamos hablando de una potencialidad que descansa ya en nuestro presente. ¿Cómo queremos que sean nuestras sociedades?
Un primer esfuerzo por responder a esto nos lleva a señalar: nuestra utopía debe incluir no solamente a los millones de seres humanos que habitamos el planeta, sino también a la naturaleza entera. A las millones de especies animales y al planeta mismo, sin los cuales nuestra existencia sería imposible o absolutamente miserable. Es urgente terminar de una vez con todas con la visión que asigna a la naturaleza el papel de fuente inagotable de recursos para el enriquecimiento voraz de la industria y la reproducción del capital.
Asimismo, la superación de la exclusión se impone como tarea prioritaria y permanente, para lo cual debemos desmontar los mecanismos que la generan. No bastará con crear fuentes de trabajo mientras las relaciones de poder dentro de la sociedad sigan siendo por definición asimétricas: superar la exclusión significa transformar las estructuras y el ejercicio del poder en nuestras sociedades. Por esto, es hora de pensar en el como, necesitamos avanzar en la formulación de un proyecto político global de las resistencias que equivale a una refundación del mundo; estamos pensando en una Constituyente global de las resistencias. Debemos ir hacia la generación de un proyecto político global de acción y de alternativas, fomentando este eje de discusión en el marco del Foro Social Mundial, así como de los Foros Continentales y/o Regionales que venimos alentando desde hace algunos años.
Una sociedad como la que queremos tampoco puede reducirse a los límites estrechos de cada uno de nuestros países, coto cerrado en el que las oligarquías criollas han confinado la explotación de las riquezas naturales y del trabajo humano, confinando asimismo las resistencias al nivel puramente nacional. En otras palabras, debemos avanzar hacia una globalización de la resistencia, de la solidaridad y del esfuerzo por superar la miseria que nos han dejado los varios siglos de sujeción y expoliación por parte de las grandes potencias capitalistas. Creemos que en la fase actual de las luchas vale la pena insistir en la urgencia de superar visiones sectoriales y trabajar en favor de la unidad regional, hemisférica y global, mas no una unidad mal entendida que subsuma unos movimientos en otros, sino que los articule respetando la singularidad de cada uno.
Este esfuerzo por globalizar la resistencia y la solidaridad, apunta a crear una sociedad mundial capaz de distribuir de forma equitativa la riqueza creada por toda la humanidad. Como hemos dicho antes, no se trata de crecer para luego distribuir, sino de distribuir como base del crecimiento y la solidaridad, para lo cual además es necesaria también la creación de una ciudadanía universal que le permita a los trabajadores y trabajadoras tener plena libertad de movimiento en la búsqueda y construcción de oportunidades para su desarrollo y el de los demás.
Es urgente también trabajar para la transformación de la exclusión de género y étnica. La transformación de la sociedad no solo exige cambios económicos, sino también sociales y culturales para -desde nuestro ser- poder reconocer la memoria colectiva en toda su inmensidad.
Finalmente, son necesarios cambios profundos en la forma en que producimos la riqueza material. Actualmente, el sistema es básicamente depredador y en pocas décadas, de seguir este camino, puede llevar al planeta a una quiebra ecológica de incalculables e inimaginables consecuencias. Debemos revisar profundamente los paradigmas dominantes y la forma en que está organizada la producción en el sistema capitalista mundial, apuntando hacia formas de producción no solo más equitativas, sino capaces de integrarse en el flujo de la naturaleza, preservándola como fuente de nuestra vida. Debemos desarrollar formas de organización de la producción y nuevas tecnologías pensadas no solo desde nuestras necesidades, sino del planeta y de la preservación de los equilibrios ecológicos a largo plazo.
PALABRAS FINALES
Partiendo de las anteriores consideraciones, en este 7 de septiembre y en este 12 de octubre, el Grito de los Excluidos Continental reafirma su vocación política de luchar por un mundo sin exclusión y sin excluidos, contribuyendo a transformar de forma estructural las profundas contradicciones que nos aquejan. Para esto, invitamos a todos nuestros hermanos y hermanas en el continente americano, y en el mundo entero, a profundizar su lucha política, sus ideales, a mejorar sus formas de organización y a alentar un debate sobre la construcción de alternativas, que nos permitan de forma colectiva alcanzar los profundos cambios que demandan, desde lo profundo de la historia, los millones de excluidos y excluidas que alientan y han alentado el largo camino de la humanidad.
Grito de los Excluidos Continental
Por Trabajo, Justicia y Vida
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